Un día tal
cual, sin nada especial, puede convertirse en el principio de un juego peligro,
uno de esos juegos que se empiezan sin más y luego no sabes cómo terminarlo o como
acabarlo saliendo ilesa de él, sin que te haga daño. Ese juego que empieza como
cualquier otro, con ganas de probarlo, de investigar, de aprender las reglas y
no fallar, de divertirse y jugar sobretodo jugar al fin y al cabo de eso trata
un juego de jugar…
El juego
empieza, y el tiempo pasa. En este juego no pasan horas como un típico monopoli
o un cuedo, no en este juego pasan semanas y meses incluso si llegas a
despistarte años, sabes cuándo empieza pero no cuando termina, las reglas son
simples pero difíciles de cumplir, alguno de los dos jugadores siempre termina cayendo
y realmente siempre es el más fuerte porque él decide si seguir jugando o parar
el juego. La mayoría de las veces el juego sigue y en ese momento es cuando
empieza el caos, el querer y no poder, el ver que el otro jugador sigue jugando
sin más como el principio, pero tú no juegas igual tu juegas de verdad, tu
juego deja de ser un juego y empiezas a salir a la realidad, a darte cuenta que
no quieres que sea un juego, que quieres que ese juego sea real. Al principio
tienes esa esperanza de que al otro jugador le pase lo mismo, pero en muy pocas
ocasiones suele pasar, y la esperanza se va perdiendo poco a poco y ese juego
que empezó colorido se va convirtiendo en tonos grises y negros.
¿El final de
juego? El final del juego es incierto,
nunca sabes ni como, ni cuándo puede terminar, lo único que sabes es que uno de
los dos jugadores sale bastante ileso, como si nada y el otro, pues el otro
sigue adelante como puede, intentando olvidar ese juego que tantas cosas buenas
como malas le ha dado, intentando olvidar lo inolvidable…